Hoy, como un evento desgarrador del destino, te soñé. Me percaté enseguida cuando entraste sigilosamente en mi sueño, como para que no me diera cuenta; pero lo hice desde el principio. Te sentaste a mi lado, pero a una distancia que me permitía evadir tu mirada. te ignoré, decidí salir de esa sala para perderme en otra escena de mi inconsciente. Apareciste de nuevo. No se que tanto dijimos, tal vez nada. Yo me resistía a aceptar tu presencia, pero tu voz y sonrisa y copa, fueron ganando terreno. De pronto ya estaba sonriendo, tranquila, habitada. En un instante ya estabamos cerca, demasiado juntos, pegados. Sentiamos la vibración del reconocimiento. Sentimos que el tiempo había sufrido un desengrane.
Me dijiste: ¿te das cuenta de que vibramo? Y entonces temblábamos. Enseguida te acercaste para alcanzar mi boca; sentí tus labios, tu saliva, tu nuca, de la misma manera que desde el principio del sueño vi claramente tus ojos, boca, brazos. Eras tú completo en mi sueño: tu cuerpo, tu voz, tu atardecer, sin duda. Tuve mi prueba más difícil en tus labios y giré la cabeza para evitarlos, aunque demasiado tarde: ya había alcanzado a sentirlos. Supe que era tiempo de enterrar el ancla, era hora de hacerte subir a mi navío y dejar de inventar tormentas que nos separaban.
Entonces sentí el palpitar de un duelo que ya no sabía si deseaba. Como una salvación milagrosa, fui abriéndome paso entre el sueño. Muy sutilmente, casi de la misma manera como llegaste, fuiste desapareciendo con tu voz dulce como río. Y abrí los ojos en mi habitación. En ese momento, la lejania del sueño me protejió de ti, pero seguía respirando angustiadamente y lo sigo haciendo mientras escribo. Ahora que me protege la lejanía del tiempo, pudiera decir que estas en la lluvia de mis sueños disfrazado de recuerdo.
Mutilación (fragmento)
Alejandra Alatorre
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